¿Quiere usted a sus hijos por igual? La respuesta de la mayoría de los padres será afirmativa. Efectivamente, el amor a nuestros hijos -entendido como el deseo de buscar su bienestar en cada momento- es una emoción que nace de la igualdad. Anhelamos lo mejor para ellos , que estén sanos, que vivan felices, que sepan desenvolverse en su futuro, que sean prósperos. El amor es una emoción positiva e intensa que abarca a todos por igual, no importa el número de hijos que se tenga. Dicho lo cual se acabó la igualdad.
El impulso de apego, la tendencia de los niños a buscar nuestro amparo, requiere que eduquemos a nuestros vástagos en función de sus necesidades. Un niño inseguro precisa un apoyo especial para vencer el miedo. El bebé inquieto para tranquilizarse y, si el chiquitín es alegre, nos costará más trabajo ponerle límites. Establecemos con cada hijo un tipo de vínculo único e irrepetible. Por otra parte, los padres y las madres también tienen su personalidad y vienen con su propia historia. Hay progenitores pacientes, inquietos, inseguros o alegres, también. Padres e hijos se sincronizan, a veces, a las mil maravillas, el problema surge cuando los bagajes personales de los padres no armonizan con los rasgos o las necesidades del niño creando una interacción más complicada. Si a las características de los hijos y a las historias de los padres le sumamos las circunstancias diferentes en las que cada uno de nuestros retoños nace, el cóctel de la educación en el respeto a la diversidad de cada uno está servido dentro de las paredes de nuestra casa.
Cuando los padres tenemos en cuentas estas características, entendemos que existan necesidades diferentes entre nuestros hijos.
Unos necesitan más dirección, otros más autonomía. A unos les van mejor los estudios, otros prefieren los deportes. Unos tienen más capacidad de abstracción, otros necesitan tocar y sentir las cosas. Unos soportan mejor las frustraciones, otros solo ven problemas.
No se educa a los hijos POR IGUAL. Y no se hace por igual porque cada uno tiene un funcionamiento cognitivo y emocional característico. Porque cada uno tiene un estilo de aprendizaje diferente o un uso de estrategias distinto para interpretar la vida. Educarles o quererles de forma uniforme es asfixiar sus talentos. Hacerlo implicaría no respetar lo que les define, lo que les hace diferentes y valiosos.
6 consejos para “querer bien” desde la diferencia
Valoremos, disfrutemos y celebremos que todos nuestros hijos son diferentes. Con cosas que nos gustan más y menos. Con mayor o menor facilidad para llegar a ellos pero con un amor respetuoso con su esencia más profunda.
Puede parecer ridículo pero amarles de manera individualizada es la mejor manera de ayudarles a aceptarse y gustarse a sí mismos.
De la misma manera que es “imposible comparar” Velázquez, Picasso o Van Gogh, porque cada cuadro tiene un valor por sí mismo, no se puede educar a los hijos por igual porque “cada uno es una obra de arte” Digamos que cada hijo se trata de un cuadro diferente a los demás, pintado con un estilo y técnica distinta que se “debe admirar desde un punto de vista adecuado”.